Mi querido Lobo,
Por fin te dignaste a hablarme y hasta viniste a verme. Para hablar de "nuestro asunto" -según tú- y poder convencerme. Pero me advertiste previamente que solo era eso: Hablar. Nada más.
Como siempre hago, acepté tus condiciones y por fin llegó el día esperado. Nos sentamos en el sofá y empezaste a exponer tus puntos de vista que tan bien traías preparados.
Yo estaba en la punta del mismo, vestida de manera recatada sin mis queridas camisas o blusones con sus pronunciados escotes que tanto me gustan lucir y a ti mirar. Incluso abracé el cogín entre mi pecho para que no pensaras nada raro.
Tu seguías hablando y no te atrevías a mirarme a los ojos, pues cuando nuestras miradas se encontraban descubría en tus labios una pícara sonrisa. Sonrisa que automáticamente también aparecía en los míos. Era una situación tan rara entre nosotros que por mucho que quisimos no pudimos aguantarla por más tiempo.
Nuestras bocas hablaban formalmente, nuestros cuerpos estaban separados, pero nuestros ojos... ¡Dios nuestros ojos! Lo decían todo.
En menos de diez minutos ya tenías mi mano cogida llevándotela al lugar más deseado... ese lugar donde se esconde el duendecillo travieso que crece asombrosamente con tan solo un ligero roce de mis dedos... Pero no... esta vez no te iba a ser tan fácil. La retiré como si del fuego se tratase y te recordé tus propias reglas.
Risas... miradas... roces... y al final, nuestras bocas enlazadas y nuestras manos explorando todos los rincones y cada centímetro de nuestra atormentada piel. Una piel que exudaba pasión por todos sus poros. Pasión y dolor, por haber estado tanto tiempo separada de la que es su fiel compañera y complemento.
¿Dónde quedaron mis resistencias? ¿Dónde tus famosas reglas? Las olvidamos en aquel viejo sofá junto a nuestras ropas esparcidas por la habitación. Ahora los únicos que hablaban eran nuestros cuerpos, y el único sonido los gemidos de nuestras gargantas cada vez que estallábamos en mil pedazos.
Dime Lobito, ¿por qué te resistes a aceptar la evidencia? Tu y yo estamos hechos para amar, nuestros cuerpos son puro fuego cuando se rozan y no pueden estar cerca sin tocarse porque se atraen como un imán poderoso, y por más que queramos no nos podemos separar...
Con pasión y en silencio
Cuando uno no quiere, dos no se pelean! Cuando uno no quiere dos no ... cuando los dos quieren, incendio, siempre!
ResponderEliminarBesos
MAGAH
la verdad es que tu lobito debería pensarlo...sois puro fuego....un beso mi amor....espero que volváis a tener oro encuentro para "hablar"...jejeje..besitos!!!
ResponderEliminaruyy este lobo no tiene muy claro lo que quiere!!
ResponderEliminarhablar??? no lo creo jajaj!!
Besoss Zoe!
Paso, leo, siento, comparto y dejo besos y silencios.
ResponderEliminarHasta pronto.
Hola mi querida Julia
ResponderEliminarcomo estas'
TIENES UN PREMIO EN MI BLOG
un besooo gigante
muack
a tener paciencia con ese lobo jeje
Hay seres con quienes no se vale hablar. No han venido al mundo para tener largas conversaciones con nosotras.
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