miércoles, 23 de junio de 2010

Y ahora... ¿Qué?

Mi querido amigo,

Llevo unos días hecha un lío y es por eso que te escribo aunque sé que no me puedes ayudar. ¿Recuerdas que me fui unos días para descansar? Pues bien, a parte de ello también deseaba meditar en varias cosas que bailaban en mi mente sin dejarme dormir bien por las noches. Una de las más importantes era qué hacer con mi Lobo y la relación tan rara que tenemos, pues soy consciente de que no lleva a ninguna parte.

Cuando llegué de mi fin de semana creía tener las cosas muy claras, por fin había descubierto que lo que me ata a mi pareja no es la fuerza de la costumbre ni nada por el estilo, sino un amor verdadero de años, pues al separarme durante esos días comprobé que le echaba mucho de menos y que no sería capaz de separarme nunca de él. En mi mente, ya sabía lo que tenía que hacer: Romper con mi Lobo, pues seguro que solo era pasión y sexo lo que nos unía y nada más.

En esas estaba, tan segura de todo, que me sorprendió mucho cuando al recibir un mensaje suyo instándome a que nos viésemos, mi pulso se aceleró y fui incapaz de decirle NO. ¿Era eso solo pasión... solo sexo? Lo dudo.

Nos vimos... nos amamos... hablamos... Y ahí surgió mi gran problema.

Mientras le escuchaba me di cuenta de que sentía por él un amor tan intenso que dolía físicamente en el corazón. Cuando me contaba sus "aventuras" con sus amigas, ya no me reía como antaño, mi boca esbozaba una sonrisa para que no viese que mis ojos solo querían derramar litros de lágrimas. Ya no me hacían gracia sus aventuras, todo lo contrario, me producían un dolor interno creado por los celos imposible de ocultar. ¿Dónde había quedado mi seguridad? ¿Dónde mis ganas de decirle adios? Y lo que es peor... ¿qué iba a hacer ahora amando a los dos?

Por eso amigo mío, me pregunto... ¿Y ahora qué?














Mil besitos desde esta tu isla encantada...

sábado, 12 de junio de 2010

Una tarde para el recuerdo...



Mi querido Lobo,

Cada vez que vienen a mi mente las imágenes de la estupenda tarde que pasamos juntos, no puedo por menos que ruborizarme y sentir cómo la piel se me pone de gallina... Esas horas junto a tí en aquel pequeño hotel de las afueras, permanecerán siempre en mi recuerdo por más que quiera desecharlo. Esto será algo que nadie me podrá quitar jamás.

Recuerdo que llegué temblando como un flan, no sé si sería porque era la primera vez que tenía que entrar yo sola a un hotel, o por mis ansias de estar de nuevo contigo después de tanto tiempo sin vernos; pero el caso es que mis piernas temblaban cuando llamé a tu puerta.

Cuando te vi, una amplia sonrisa iluminó mi cara y mis mejillas se encendieron al ver cómo me miraban tus ojos picarones...

Sin mediar palabra alguna, me cogiste por la cintura y besándome como solo tú sabes hacer, hiciste que nuestros pasos se dirigieran hacia la gran cama que había en el centro de la coqueta habitación. Mientras lo hacíamos, me ibas desnudando lentamente... disfrutando del momento. Tus manos acariciaban mi cuerpo mientras tu boca se posaba en la mía para acto seguido recorrer con tus labios la parte superior de mi cuerpo. Sentía cómo tus manos apretaban mis pechos y eso hacía que mi cuerpo se apretara contra el tuyo deseando fundirme entre tus brazos, mientras notaba como tu pene se endurecía y crecía por momentos.

Ambos teníamos unas ganas locas de dar rienda suelta a nuestros deseos tanto tiempo contenidos, pero quise darte una sorpresa haciendo aquello que varias veces me habías pedido y yo nunca consentí por la gran vergüenza que sentía. Pero hoy era distinto...

Aparté mis remilgos a un lado y lentamente bajé una mano hacia mi sexo mientras la otra jugaba con el tuyo y me empecé a acariciar despacio... muy despacio... con movimientos suaves y lentos, mientras te miraba fíjamente a los ojos. Tu mirada hablaba por sí sola y yo, me estremecía de placer al sentir tus manos y tus besos en mis pechos; apretándolos... mordiéndome los pezones como sabías me gustaba... Te encantaba verme así, acariciándome yo sola... mientras disfrutabas del placer de ver cómo mis finos dedos acariciaban mi vulva por fuera para acto seguido hacerlo por dentro separando lentamente sus labios y recorrer con delicadeza su interior, así... muy poco a poco... deteniéndome de vez en cuando para jugar con mi clítoris, ese botoncito mágico que tan buenos ratos me hacía pasar. Poco a poco introduje uno de mis dedos dentro de mi sexo... luego dos... buscando ese punto "G" misterioso que tú tan pacientemente me habías enseñado a localizar cuando no tenía ni idea de que existía y mucho menos de dónde estaba. Pero ahora te iba a demostrar lo buena alumna que era.

Mientras, tu seguías enardeciendo mis sentidos con tus caricias y besos, tanto, que llegó un punto en que cerré mis ojos y me dejé llevar por el inmenso placer que estaba sintiendo. Mis caderas empezaron a moverse solas, gemía... casi gritaba... sabía que no podría aguantar mucho más... De pronto, cogiste mi mano y la separaste de mi sexo para evitar que me fuese, siendo tú el que ahora lo acariciabas comprobando su humedad, esa humedad que tanto te gustaba encontrar y provocar cada vez que te acercabas a mí...

Lentamente te llevaste mis dedos a tu boca y empezaste a lamerlos con una suavidad exquisita recreándote en su sabor, en su olor... Olor a hembra, a sexo... pero sobre todo, el olor especial de tu alumna.

Yo no podía parar de moverme, de jadear... Quería seguir con mi juego. Estaba a punto y tú tan malo como siempre, no me dejabas, pues decías que tenía que aprender a controlarlo, a alargar el placer tal y como tú lo hacías. Pero yo no podía, creía estar volviéndome loca ante la imposibilidad de llegar, y estaba segura que de seguir mordiéndome los pechos y sobre todo mi cuello, me iría sola sin remisión.

Me tumbaste en la cama y separando bien mis piernas empezaste a jugar con la punta de tu pene acarciando mi sexo... abriendo sus labios sonrosados e introduciendo solo la puntita... ¡Dios! creí morirme. Yo lo quería por entero, pero tú no hacías caso de mis ruegos y disfrutabas viendo cómo me retorcía de placer y desespero, cómo jadeaba y curvaba mis caderas en un afán de sentirla toda dentro de mí. Una vez más, por intentar provocarte, había caído en mi propia trampa.

Hasta que en el momento más inesperado, cuando creí que ya no aguantaría más, de un solo empujón la metiste toda dentro. ¡Qué maravilla! por fin mi útero estaba lleno de tí. Pero todavía quisiste hacerme sufrir un poco más... y te quedaste quieto, muy quieto... Yo te mordía los hombros, gritaba, te insultaba, te agarraba con fuerza y arañaba... Hasta que ya no pudiste aguantar más y empezaste a moverte como un caballo desbocado, entrando... saliendo... con una fuerza abismal. Ahora eras tú el que gritaba y jadeaba con fuerza animal. Ambos estábamos descontrolados preocupándonos tan solo de sentir, de dar rienda suelta al placer tanto tiempo contenido... Placer, que no tardó en llegar y lo hizo en grandes oleadas que nos hiceron estremecer de la cabeza a los pies.

Sí, mi querido Lobo, sin duda, esa será una tarde que nunca olvidaré.

Tuya,